Contra la parálisis del paisaje
La radical importancia del impresionismo se debe a que revolucionó la manera de ver mediante el control casi atómico de la materia plástica.
Por aquel camino tanto Cézanne como Seurat se plantearon incluso la posibilidad de una ciencia de la pintura y Gauguin buscaría la pureza del color original hasta bordear un manchísmo exótico que contribuyó tanto al fauve como a lo industria del estampado de telas para tresillos.
Sin el impresionismo no hubiera aparecido Kandinsky, ni hubieran evolucionado las tapicerías. Ni Guerrero Medina hubiera descubierto los universos abstractos que hay en cualquier pequeño universo concreto, por el procedimiento de convertir la mirado en un instrumento amplificador de lo concreto para romperlo y reorganizarlo.
Desde hace años, Guerrero Medina se puso a mirar el Ampurdán y, evidentemente, vio el paisaje de Pla, tan humano como suelen adjetivar los militantes de Pla y del Ampurdán. No se contentó con aplicar su caligrafía de pintor postfígurativo sobre una naturaleza excesivamente aparente, o mejor dicho, con la apariencia ya codificada.
Guerrero Medina acercó los ojos a una bancal de flores silvestres y de pronto el cuadro se le llenó de manchas rítmicas que obedecían a la disposición original pero que se convertían en una alternativa de reorganización plástica. Hizo lo propio con los secretos regueros de aguas sin finalidad, sin apenas valle que llevarse al alma y de pronto descubrió y nos descubrió un macrocosmos escondido en las profundidades del detalle.
No asistimos al truco de convertir en propuesta abstracta lo que descubre el ojo del microscopio o del telescopio, sino de forcejear sensorial, casi sexualmente con la mirada para desnudar la organización de la apariencia. El pintor encuentra la pintura que retiene la naturaleza bajo la parálisis del paisajismo.
Destruye el paisajismo convencional y aporta un paisaje molecular, enfebrecido, excitado, que extiende por la superficie de cuadros enormes y aún los quisiera más enormes para demostrar la cantidad de territorio que se necesita para ver de otra manera lo que ya se creía ver.
Insisto. No se trata de aportar un estilo a paisaje convencional sino de su descodificación y reorganización mediante una filosofía de posesión de su mismidad.
Si el cubismo aporta un sistemo de signos retenidos por límites aún formales, lo que Guerrero Medina nos ofrece con su especial paisajismo es la violación del límite formal pero utilizando las moléculas de lo formal. La conducción rítmica de esos elementos provoca una especial sensación de composición ensimismada, es decir, la pintura que Guerrero Medina nos propone no es una tela continua de combinaciones colorísticas rítmicas. Eso sería simple propuesta decorativista. Cada cuadro tiene su lógica interna hurtada a la lógica interna del paisaje, a la manera de rapto inicialmente compulsivo que luego el pintor controla mediante el artificio de su técnica.
Como un cazador visual de intimidades terrestres, Guerrero Medina ha acabado siendo un agresor enamorado y furtivo que se va llevando pedazos del Ampurdán a escala de aventura y luego los magnifica en la soledad de su estudio. Como un voyeur insaciable.
Manuel Vázquez Montalbán
Publicado en el catálogo de la exposición del Centre Alexandre Cirici de l’Hospitalet, 1991