Hammerklavier

La carretera de Sant Tomás es estrecha, secundaria, en esta época del año está feliz, bordeada de amapolas y con la hierba invadiendo el asfalto. Llegamos a casa de los Guerrero a la una y media en punto. Nos abre el portón José María, con una gran sonrisa de bienvenida.

Quince minutos más tarde estamos tomando un aperitivo en su estudio. José María quiere enseñarnos a Teresa y a mí una serie reciente, que no sabe si llamar Desarraigo. Con la segunda pintura ya nos hemos olvidado del título, porque nos parece que no le va, lo que estamos contemplando tiene mucho más recorrido. Van apareciendo ante nuestros ojos una serie de personajes que habitan unos espacios que son, unos y otros, pura pintura. Es como si las figuras habitaran cuadros. Recuerdo un capítulo de Dosmildiez en el que, en un contexto que no tiene nada que ver con éste, comento un fragmento de un libro de Yasmina Reza, titulado Hammerklavier. Viene a cuento:

Hay un capítulo muy interesante en el que una invitada de una fiesta le comenta a otro invitado que le fascinan las escenas de guerra en televisión; explica muy animada que los prefiere a los documentales de animales y naturaleza, que tiene ya muy vistos. Sus gustos van desde Afganistán a Chechenia, con especial predilección por el conflicto iraquí-kurdo. Explica, sin que nadie le pregunte, que se limita a contemplar la naturaleza, obviando a los seres humanos que aparecen en ella, y disfruta del encanto de los paisajes desérticos y de lo que es el mundo sin humanos: maravilloso.

En estas pinturas los humanos habitan unos escenarios que tienen mucha calidad. Es como si estuviéramos viendo una obra de teatro y, de pronto, Teresa se inclinara hacía mí y me susurrara: “¡La escenografia es buenísima!”.

Descubro, una vez más, por qué Guerrero es clásico y moderno al mismo tiempo. Esto, que desconcierta a algunos especialistas en arte contemporáneo, para nosotros es una delicia. Su paleta es sobria, puro Corot; el pintor francés defendía la teoría de que todos los colores tienen que tener un punto de negro en su composición y, así, convenientemente agrisados, adquieren más calidad y textura.

Las figuras, muy expresivas, interactúan entre sí, de cuadro a cuadro y en algunas composiciones corales, en las que suceden cosas extraordinarias.

Me parece que el sentimiento predominante de esta obra es la soledad.

Anoche dejé este texto reposando, con la idea de seguir trabajándolo por la mañana. Me gusta hacer eso: levantarme al alba, prepararme un café americano largo, muy caliente, y venir al estudio, enchufar el ordenador y saborear ambas cosas: café y texto. Apenas ha amanecido y todo está tranquilo. Me he traído el libro que estoy leyendo, Harvard Square, de André Aciman, porque ayer, antes de apagar la luz, me tropecé con este párrafo:

Las mañanas de los días laborables me gustaba mirar por la ventana y verlos salir. Su vida era de un equilibrio perfecto. La mía llevaba escrito de principio a fin un desarraigo trascendental. Ellos iban y venían mientras yo me quedaba allí, cada vez más bronceado, más aburrido. No había nada que hacer en todo el día, salvo leer. No daba clases, tenía pocos alumnos particulares; no escribía; ni siquiera tenía televisor. Me habría gustado ir en coche a cualquier parte. Pero no conocía a nadie que tuviera coche. Cambridge era una franja de tierra reseca, aislada y cercada.

Naturalmente, lo que me llamó la atención fue el concepto de desarraigo trascendental. Quizás José María esté en lo cierto; desarraigo y soledad son dos palabras que se llevan bien. En cualquier caso relaciono estas pinturas intensas, expresivas, matéricas y de un cromatismo muy personal, en el que manda el color rojo, con la escritura, porque me acaba de venir a la cabeza otras dos imágenes literarias. La primera es de Luis Goytisolo. Hablando de Las afueras, con Juan Cruz, en una entrevista en El País, le dice esto:

No estaba contento (con el libro). Sin embargo, en algún momento ya conseguí algún elemento estilístico, alguna forma de expresar lo que le pasa al protagonista. Él se emociona de una manera determinada, solo en una habitación de París, mirando lo que está pasando fuera, está anocheciendo. Se da cuenta de que anochece porque se ve a sí mismo reflejado en el cristal …

Y de García Márquez (de Vivir para contarla), esta otra:

Entonces recorría los cafés taciturnos de los barrios viejos en busca de alguien que me hiciera la caridad de conversar conmigo sobre los poemas que acababa de leer. A veces lo encontraba –siempre un hombre- y nos quedábamos hasta pasada la medianoche en algún cuchitril de mala muerte, rematando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos nos habíamos fumado y hablando de poesía mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.

Son imágenes potentes, solitarias y desarraigadas, sí, pero también poéticas y evocadoras, como el eco de una música olvidada.

Me imagino a la mujer de la fiesta de Yasmina contemplando estas pinturas, con una copa de champagne en la mano. La estoy viendo. Su manera de ver la vida desde luego es original, hasta el punto de captar el interés de la escritora y, a través de su prosa fluida, el de sus lectores. Porque lo que está viendo ahora, liberada de la presencia humana, mientras nosotros vemos lo que vemos, es pura abstracción geométrica. Necesito referencias conocidas para explicarlo: la Escuela de Nueva York, de la que también soy deudor, Sean Scully, muy presente en un solo cuadro, ¡pero vaya cuadro!, Francis Bacon, sobre todo en la composición, y Guerrero Medina, mucho Guerrero.

Desbordante es otro adjetivo apropiado. Teresa dice sentirse abrumada. Puestos a citar, me gustaría decir que hay algo de Alzamora en sus rojos, porque profeso este color como otros van a misa, pero no, el rojo que tengo ante mis ojos no tiene nada que ver conmigo, aunque lo aplicamos de manera similar, siempre sobre un colchón oscuro.

Comprendo que le sea difícil encontrar un título a esta serie; no es fácil convertir la pintura en palabras, sobre todo si te llamas José María Guerrero Medina y te pasas la vida enclaustrado en el estudio, pintando.

¿Qué tal Hammerklavier?

Alfonso Alzamora